El espíritu de Chinato

Algunos me habéis preguntado por qué a veces hablo de «El espíritu de Chinato». Su voz ronca y filtrante me abordó en el último concierto. Y hoy me dio por intentar explicarlo, aunque no contaré todo por no traicionar ni a mi memoria ni a la verdad. Pero algo sí escribiré aquí para compartir por qué Manolo Chinato me acompaña siempre, allá donde voy. Y por qué a todos debería acompañaros también, si es que aún no se ha posado por ahí, para haceros mejores personas.

A la mayoría no hará falta que os diga que Manollilo es un poeta, que ha llegado a miles de lectores con sus versos y que también sus poemas se repartieron por el mundo, como los abrazos que pretendía dar sin condición, en algunas canciones de Extremoduro. En muchas sus estrofas asomaban brillantes, como destellos de madera subrayados de hierba, como tesoros escondidos solo aptos para piratas, entre los versos de su compañero de viaje y viento. Tal vez una canción te lleve hasta aquí a ti también. A mí me llevó hasta él hace muchos años, con mis ganas de escribir ese libro que nunca terminé.

Recuerdo que me fui sin pensar, como quién lleva solo en su mochila la inconsciencia de un joven iluso e inexperto, a buscar por la sierra la esencia de algo que me despertó y me invitó a saltar, como si no hubiera vértigo, ni frío, como si no importase el tiempo ni el hambre. Ni el peligro, ni el miedo. Y me planté en el pueblo, a kilómetros de casa, sin coche, sin carnet y sin respuestas, pero con muchas preguntas. Y después llegué hasta el bar. Y me dijeron: “debe estar en el suyo, en su taberna”. Y no. Chinato´s estaba cerrada. Era lunes. Pero me indicaron bien, Manolo vive ahí, en esa calle. Y bajé la cuesta y me temblaron los pies, y el dedo de la mano que pulsó el timbre de su casa, que dejó una bonita melodía entre el silencio de la sierra, con los pajarillos haciendo los coros en Sol menor. Hasta que abrió la puerta un tipo con pelo loco, con alma libre, con ojos vivos. Sí un hombre que con calma sorpresa intentaba entender quién cojones era yo y qué hacía allí, si no era de allí. Más tarde descubrí que aquel hombre, no solo abrió una puerta. Tras la de su casa,  abrió la puerta de su amistad y también la de su alma: una puerta de tres, abierta.

Confieso que el hecho de ir contra todo, huyendo conmigo de mis primeras clases de Derecho con la sana intención de llegar hasta allí, hasta -como decía él- “El Río de los Sueños”, cambió mi vida. Cambió mi forma de ver las cosas, me cambió a mí. ¡Rebeldía! La certeza de querer ser más bien un indio que un importante abogado. Aquella elección contra mi natura en una lección a plena natura me llevó hasta el principio empezando por el final, para ver atardecer en formato animal con los caballos, las vacas y el viejo Tiburón (modelo Citroën) que mi nuevo amigo le compró a un diplomático francés), donde Fito había olvidado en su última visita una de sus boinas de Platero, mucho antes de que naciera la idea de Extrechinato y tú. Mis amigos Chapu y Maru saben bien que no miento, porque me acompañaron varias veces. ¡Sí que me acuerdo! ¡Claro que me acuerdo!

Manolo está más mayor y yo también. Pero, eterno viajero, siempre presente. Hay cosas que no se pueden olvidar. Puede que otro día cuente cómo sueño a veces que una guitarra hecha mil astillas y que se rompe contra una fachada al grito de ¡Rebeldía!, se recompone, como quien encuentra su sitio, su mar en calma, tras la tormenta. ¡Rebeldía!, dijo Robe Iniesta. Rebeldía. Creo que pronto podré contar más sobre esa historia. Y de cuando Manolo cogió su “zapatófono” (uno de los primeros móviles) y me cedió la llamada para hablar con Robe. Joder, ¡Claro que me acuerdo!

Me acuerdo de muchas cosas que guardo aquí adentro (el paraíso es un trocito de cielo, un montón de cositas pequeñas que te hacen feliz, me quiso decir un día) y fuera, en mi piel, quise dibujar con tinta verde en mis venas aquellas veces entre Extremadura y Salamanca, con el funeral alegres de hojas muertas y un lema que todos deberían conocer: “Ama, ama, ama y ensancha el alma”.

Y ahora es cuando. Ahora es el momento de volver a escribirle una carta a Manolo, enviarla a la dirección que conservo en la memoria, y que la lleve ese viento que desordena las ideas y que pone siempre las cosas en su sitio.